Estaba sentada afuera; última noche que voy a pasar en mí casa y, mientras fumaba un cigarro me di cuenta de la locura que vamos a hacer. Es… impresionante. Digo, para una persona como yo, es impresionante.
Y fue cuando dejé de fumar y observé el cigarro consumiéndose a la par del viento que me di cuenta de una cosa: de locura, nada.
A ver. La vida misma es como ese cigarro: se consume sin siquiera que la toquemos. Nos da determinado tiempo y no le interesa lo que hacemos con él, si lo aprovechamos o no.
El problema está en dejar soltar, en permitirnos a nosotros mismos cerrar determinados ciclos. Y es que siempre estamos pegados a cosas; si no es la remera más vieja y manchada del mundo pero que recuerdos me trae… no la tiro. Que, ¡Que pena tirar los cuadernos de la escuela! Si algún día quiero revivir mi loca infancia ¿Cómo hago? Y los dibujos, toooodos los dibujos que hacíamos de chicos y se lo regalábamos a nuestros padres. Que pena la radio, que ya algunos botones no le andan pero no la tiramos, porque es tan linda y la hemos tenido por tanto tiempo.
Y así…con todo. Cosas, personas, vivencias. Nos aferramos a todo como si nos estuviéramos hundiendo todo el tiempo sin darnos cuenta que en realidad estamos chapoteando en la orilla.
Yo estoy segura que esto que estoy haciendo es soltar. Solo eso. Suelto todo lo posible y veo como me las arreglo mientras mi cigarro se consume sin que lo toque. Porque no me da miedo. Miedo me da que se consuma del todo y tener que decir “Opa ¿Qué pasó? ¿Tan rápido? ¡Me quedaron cosas por hacer!”
Suelto. Con el dolor en el alma pero suelto. Porque estar lejos no significa que me fui. Y porque creo firmemente que es lo más sano que puedo llegar a hacer en esta vida (y en todas las que vengan) Porque quiero volver agitada, toda despeinada y con un montón de vivencias acumuladas en mi cabeza.
Yo tengo la decisión de qué hago con mi vida. Solo yo. Y aprendí que cuando lo acepto y voy por ello nada ni nadie te detiene, al contrario… la gente te apoya y lo material se vuelve innecesario.
Y de repente la orilla se vuelve más amplia para que puedas caminar mientras chapoteas, saltar, correr, lo que se te ocurra; el “No” se queda sin valor, pobrecito. Y el “Sí” se llena de poder, porque sí se puede, sí se logra, sí se puede soñar y sí... hagas lo que hagas, el cigarro no deja de consumirse solo.