Vimos una de las siete maravillas del mundo, sí, de esa forma empezamos este viaje hermoso. Mojándonos con el agua de las cataratas, huyendo de todos los Coatí que nos acosaban y riéndonos sin darle importancia a la tormenta que azotó con toda su fuerza sobre foz, minutos después de haber terminado el recorrido.
Cataratas de Iguazú.
También conocimos el parque de aves, estuvimos cara a cara con aves que (arriesgándome a quedar como ignorantes) ni siquiera conocíamos.
Rulitos haciendo de las suyas.
A partir de allí comenzaron todo cosas nuevas.
Cruzamos la triple frontera. Zafamos de que a Ariel lo retuvieran en migraciones por no tener dirección exacta a donde nos dirigíamos.
Tuvimos que viajar todo un día en ómnibus.
Conocimos a quienes serían nuestra familia en Rosario. Ema nos hizo de guía turístico por su ciudad. Festejamos un cumpleaños con ellos.
Nuestra familia Rosarina.
Terminamos metidos en el club más turbio de toda la provincia; escapamos por la calle en plena madrugada de personas que nos querían robar y nos escondimos en una estación de servicio. Disfrutamos un domingo juntos, como en familia.
Nos vimos recorriendo y entrando a cada museo de Córdoba.
Disfrutando de la energía de Mendoza, la linda Mendoza que además de hacernos sentir como en casa, nos dio a Mariano, nuestro gran amigo con su corazón más grande que todo su hostel. ¡Y nuestros venezolanos favoritos! Jesus, Ginger y Jenifer; las personas más tiernas y comprometidas que puedan existir.
Con Edur, Mariano, Ginger, Jeni y Jesus en el hostel.
¡Y el Washi! Otro uruguayo andando por el mundo, él nos enseñó como hacer pan relleno para salir a vender y que no importa la edad ni la situación económica: si se quiere, SE PUEDE. También a Edur, un español con los pies más inquietos del mundo.
Aprendiendo a hacer arepas.
Conocimos Potrerillos como turistas. (Recordamos con amor al señor que vende los alfajorescaseritosdepotrerillos)
En potrerillos.
¡Llegamos a la finca de Orlando!Convivimos con cinco franceses y una chica de Inglaterra en una misma casa mientras cosechábamos nueces, en Tupungato.
Con Rachel, Nikki, Cloe y Ari yendo a la casa de Orlando a acomodar todas las nueces.
Tuvimos nuestra primera entrevista para el diario "Los andes" 100% mendocino.
Le perdono a Gisela que pusiera mal mi nombre.
¡Anduvimos en un tractor!, disfrutamos del pueblo (nunca tomamos tanto café y robamos tanto wifi), del Manzano Histórico, de la feria que no era feria y de todo el Ratatouille que podíamos soportar.
La finca siempre será nuestro hogar.
En la finca aprendimos a quitarnos nuestros prejuicios, aprendimos a valorar todo lo que nos rodeaba; las comidas juntos, los desayunos, las idas al pueblo. Aprendimos como se puede ser feliz con lo básico, casi con la nada.
Orlando, Ari y yo.
Orlando y Antonio (el guardián de la finca) nos enseñaron a tener paciencia, y que no se trata de trabajar mucho, sino de hacerlo bien. Nos enseñaron a ser cuidadosos y atentos. Y que en ese lugar no existen las nacionalidades, en la finca de Orlando todos somos familia.
Con los chicos en una de nuestras tantas cenas.
Los fogones con su "bucle final"
Parados en la frontera Chile- Argentina
Cruzamos por primera vez a dedo una frontera de la mano de Mario, el chofer con el mejor sentido musical de todos los camioneros del mundo, y el más simpático.
Perdí mi campera.
Hicimos otro dedo que nos llevó al centro mismo de Santiago, gracias a Marcos y Mosiah que fueron tan simpáticos como para darnos consejos y dejarnos a dos cuadras de nuestro destino.
Conocimos Santiago, como buenos turistas, usando el subterráneo e intentando que no nos intimiden todos los haitianos. También nos cruzamos con dos Minuanos en la cima del cerro.
Valparaíso nos recibió en sus peores días, con frío y nubes que no impidieron que disfrutáramos de sus pintorescos cerros... y de Viña, mi Punta del Este chileno.
En valpo aprendimos que hay que saber correctamente la dirección de los cerros... para no equivocarse.
Costa Pacífica de Viña.
El faro de La Serena.
Y La Serena ¡Qué lindo se pasó! La Serena casi se nos escapa por estar distraídos mirando KuFu Panda. Y por esa distracción esta vez perdí un gorro y mis auriculares. ¡Metí los pies en el pacífico!
Grupo de chicas tocando tambores en el parque de la Serena.
En La Serena hicimos otra familia más junto con Yura, Alfredo, Lucy, Daisy y todos los chicos voluntarios como nosotros; aprendimos que sí se puede hacer "Pisco Night" TODAS las noches, que todos somos hermanos, que todos los consejos se toman y se cuidan.
Nuestro primer día de ventas.
Allí fue que comenzamos a cocinar para vender y sentimos todo el apoyo del hostel entero. La emoción de hacer, de vender, de que guste. De salir, de convencer a la gente (o no) de conocer otra parte de nosotros. De intentar e intentar.
Despedida de Guille en la terraza.
De probar tácticas (como la de ir a la feria cuando están cerrando para que te rebajen todas las cosas), de ya no tenerle miedo a nada. Nos animamos a también trabajar por internet.
De cambiar prioridades.
Comenzamos a aprender la jerga chilena, a "cancelar" en vez de "pagar", en que esa "weá" puede ser algo serio también, y que la "pega" también es "trabajo"
Intentamos ir a dedo hasta el Valle del Elqui junto con Allan y terminamos regateando el precio del bus porque nadie nos levantó; esa misma mañana una señora mayor, dueña de un kiosko nos regaló un jugo a cada uno, nunca supimos el porqué.
Pisco Elqui.
Y en el Valle disfrutamos las primeras tardes de sol verdadero y nos congelamos en las primeras noches de verdadero frío. Estando en el Valle también tuvimos nuestra primera "emergencia" que nos retuvo toda la tarde en el hospital. Al final no fue nada, un dolor en las costillas que sufría Ariel por mala postura.
También con Allan intentamos ir a dedo hasta Pisco Elqui; pasamos por un auto y dos camionetas (en una escondidos en la parte de atrás) hasta Monte Grande y de allí caminar los tres kilómetros cuesta arriba que faltaban para Pisco (por suerte la vuelta fue más fácil... y menos cansadora)
Nos pusimos en mitad de la calle, a la noche para que Ariel pudiera sacar fotos sin importar el hecho de que nos estuviéramos congelando. Disfrutamos de la vista, de las estrellas y de la luna llena. También tuve mi primer susto con unos carabineros que se aparecieron en la recepción como a las diez de la noche, cuando yo estaba sola.
Volvimos a La Serena a dedo gracias a una señora de Taití que no quería viajar sola en su camioneta.
Nos recibieron con un asado y mucha cerveza que, cuando terminó, fue reemplazada por Pisco y sprite.
Nos despedimos de Cosmo Elqui con el alma llena y un montón de amigos nuevos.
Nuestro próximo destino: Antofagasta. Aunque para ser más específicos, solo queríamos ver la mano en el desierto.
Así salimos del hostel, un poco antes de las siete de la mañana y cruzamos todo el centro de la Serena a pesar de ser de noche. Y ¡No estábamos solos! Nos acompañaron TODO el camino seis perros divinos que recorrieron hasta la ruta a nuestro lado. Pronto los tuvimos que despistar para no provocar ningún accidente.
El guardián de Ari.
Esa mañana caminamos y caminamos. Hacíamos dedo y caminábamos. Parábamos a descansar y caminamos. Hasta que por fin una camioneta paró y nos tocó ir con Luis, un venezolano suuuuper simpático que nos llevó dos horas de viaje sin ningún problema y me regaló un cigarro 100% venezolano.
Con Luis.
Comimos en una estación de servicio e hicimos dedo subiendo esta vez al camión de un hombre que no solamente cambió de ruta para comprar cocaína (cuando nosotros pensábamos ingenuamente que sería marihuana), sino también para consumirla mientras iba tras el volante. Allí con Ari nos volvimos actores de primera y seguramente Hollywood hubiese estado encantado con nosotros.
Terminamos en la ruta, a 15 minutos de Copiapó en donde pasamos casi todo el día hasta la noche tomarnos un bus a San Pedro de Atacama. Allí descubrimos que el super daba wifi gratis por media hora.
Nos costó, no voy a decir que no; más allá de que San Pedro tiene un encanto muy particular. Nos costó dar con ese "nosequé" como para sentirnos lo suficientemente cómodos.
Iglesia de San Pedro.
Todo de adobe, calles de tierra, calor y más calor por las tardes, frío y más frío en las noches. Tranquilidad.
Perros, muchos perros callejeros.
Con el pasar de los días volvimos a Pedrito, y los chicos del hostel Vilacoyo nuestro hogar.
Marcelo y Silvia, los recordamos con taaanto cariño. Nuestros trabajos en la recepción.
Nuestras "barras energéticas" que salíamos a vender por todo Caracoles como si se tratara de oro puro (cuando acosé a un cartero hasta que compró dos barras)
Cuando descubrimos que el pelo nos quedaba más lacio por la falta de humedad. ¡Que felicidad!
En San Pedro tuvimos crisis, también. De esas de pareja.
Alquilamos bicicletas y salimos a recorrer. Cruzamos un río. Paseamos como si no tuviéramos nada más que hacer que eso. Hicimos senderismo y nos metimos en cavernas.
En San Pedro nos robaron, primero cosas materiales. Y al final, nuestro último día en ese agradable pueblo, mágicamente desapareció todo nuestro dinero de la tarjeta de crédito.
En San Pedro fuimos felices, pero también estuvimos angustiados, nerviosos... sin saber qué hacer.
La frontera que necesitábamos cruzar para Uyuni al final la cerraron por nevadas y vientos. (Después de todo lo que nos costó conseguir los pasajes con la bolivianita)
Y fue la noche del jueves 14 de junio que decidimos volver.
Con el dolor en el alma. Con el corazón roto. Volvíamos.
Porque eran demasiadas señales. Demasiadas cosas en tan poco tiempo. Y por ahí... por algo no debíamos seguir subiendo.
Capaz algo bueno nos esperaba en Uruguay y algo malo más al norte. Capaz no era el momento. Capaz... capaz... capaz tantas cosas que no sabemos.
Lo que sí sabemos es que esto no termina acá.
Que por ahí nos vamos a tomar un descanso de un par de meses, pero sin duda vamos a volver a la ruta.
Porque nos quedaron sitios por conocer. Comidas por probar. Y personas para invitar a nuestra vida.
Esto no es un final, es una pausa indefinida para reorganizarnos y volver con más garra que antes.
Gracias. Mil gracias a todos.